LA LITERATURA PARA LOS JÓVENES EN AMÉRICA LATINA CON EL USO DE RECURSOS ANDINOS
Literatura para niños y adolescentes. Seminario Regional Andino. Embajada de Francia. Lima (2004) 27 Septiembre, 2004
LA LITERATURA PARA LOS JÓVENES DE AMÉRICA LATINA
CON EL USO DE RECURSOS ANDINOS
Isabel Mesa Gisbert
Los cuentos tradicionales son, como dice Marc Soriano, “breves relatos transmitidos de forma oral, probablemente elaborados en su mayor parte en tiempos prehistóricos, que han sido registrados, reelaborados y reagrupados a partir de la invención de la escritura y finalmente difundidos exitosamente a través de la imprenta”[1].
El cantar de Gilgamesh en Mesopotamia, El Ramayana de la India, los relatos del Papiro Westcar en Egipto y las Mil y una Noches son algunos ejemplos de una literatura milenaria constituida por cuentos que congregaban a quienes quisieran escucharlos, sin distinción entre adultos y pequeños. Eran historias para todos, sin diferenciar edad ni género. Fue recién en el siglo XV que se hizo la primera diferenciación entre las historias para todos y aquellas con una mayor intención didáctica que facilitaba la memorización de los niños. Sin embargo, como bien dice Bortolussi, antes del siglo XIX lo que se destinaba al niño no era literatura sino más bien material didáctico-moralizador [2]. La mayoría de estos libros tenía un contenido netamente religioso, como aquel publicado en Estrasburgo en 1535 “Un librito consejero cristiano para los niños”, o “El Espejo del Joven” de Knaben Spiegel en 1554, a través del cual el lector podía obtener su modelo ideal de caballero, o a mediados del siglo XVII “El mundo en imágenes”, una especie de enciclopedia ilustrada para niños, de Jan Amos Comenius. A partir de entonces hasta el siglo XIX la literatura destinada a los pequeños fue fundamentalmente la de los cuentos morales basados exclusivamente en la tradición oral y que en Europa fue transmitida por Charles Perrault, los hermanos Grimm y Hans Christian Andersen para citar a los autores más importantes. E inclusive, se sabe que en 1812 los hermanos Grimm publicaron su primer libro de relatos populares sin la más mínima intención de destinarlo a los niños; pero, sus contenidos fueron aceptados sin distinción de edad porque formaban parte intrínseca de la sabiduría popular[3]. Pese a ello, los cuentos de estos autores son considerados parte de la literatura infantil.
Los diferentes relatos llegan a América con la conquista, pero se forman, sobre todo, con testimonios de un encuentro cultural que quedaron plasmados en crónicas y diarios de viaje. Para Víctor Montoya las fábulas americanas se introducen a América a través de los esclavos africanos. Según los especialistas en folklore, las fábulas de origen africano se contaban en las minas y plantaciones donde estos esclavos trabajaban y que eran compartidas con los indígenas que corrían la misma suerte[4]. De esta mezcla de culturas América quedó impregnada de una tradición oral que si bien tenía una influencia europea, conservó los matices de cada nación indígena arrojando un folklore con caracteres propios.
Al vivir en sociedad, los hombres acumulamos costumbres y tradiciones que van formando parte de un particular modo de ver, sentir y comprender el mundo. Estos elementos construyen una historia personal que va creciendo gracias a una permanente interacción con el medio y en el proceso histórico, este fenómeno que es el folklore y que se va reproduciendo de generación en generación, se va convirtiendo poco a poco en literatura. Arturo Pérez Reverte comentaba en una entrevista: “Nos están borrando la memoria y sustituyéndola por una especie de papilla indiferenciada que nos deja a merced del primero que llega. Creo que lo que le da más aplomo al hombre y le permite defenderse frente a la agresión de los poderosos es la memoria y la cultura”[5]. En ese sentido, podríamos decir que toda la temática que acerque a los niños y jóvenes a la literatura es válida, pero ¿cómo poder afirmar la identidad de nuestros niños latinoamericanos ante semejante bombardeo de información y frente a estereotipos tan marcados que son tan ajenos a lo que es nuestro? ¿Es posible lograr una literatura que los estimule a sentirse dueños de una cultura? ¿Al menos que la reconozcan? Es posible siempre y cuando se encuentren elementos propios que se adecuen a la exigencia del pequeño lector en el mundo actual. Todos los países latinoamericanos, en alguna etapa de su historia, de una manera u otra, cuentan con ellos.
Los bellísimos cuentos de Perrault, de los hermanos Grimm y los de Christian Andersen, por ejemplo, envueltos dentro de un contexto de castillos que encierran nobles y hermosas princesas o de bosques que albergan extraños hongos en los que habitan duendes y enanitos, tenía como objetivo ayudar a los niños a descubrir sus orígenes a través de sus tradiciones nacionales. Cuando los niños latinoamericanos se encuentran con estos cuentos nórdicos, la esencia y la gracia de los relatos transmiten un mensaje inadecuado, pues nuestros niños no están familiarizados con un castillo ni tampoco con un bosque como los que casi ya no existen en Europa; no hay reyes ni princesas, menos aún nuestra historia puede recordar a caballeros armados a la usanza medieval. No existe una identificación del niño americano con esa cultura y por ello se hace necesaria una literatura local que lo ubique dentro de su contexto.
Relatos orales de origen andino
Las crónicas de los siglos XVI, XVII y XVIII son documentos importantes que sin duda alguna transmiten una tradición oral de los pueblos indígenas que, careciendo de una escritura comprensible en el sistema occidental, propagaron sus creencias, costumbres, saberes y formas de vida al conquistador. Aquellas personas que llegaron a América con el tintero y el papel se dedicaron a recopilar de manera minuciosa los detalles de una vida distinta a la europea. Escuchaban de los propios originarios distintas versiones de su historia, algunas comparables y otras con variables, y las fueron recopilando en interminables folios que presentaban al rey de España para informarle sobre lo que ocurría en las colonias, oficio que duró hasta el siglo XVIII.
Este material, junto con la tradición oral que conservan los indígenas, permite recuperar relatos que sumergen al niño dentro de su realidad con el mismo encanto y magia que tienen los cuentos orientales y de hadas para sus respectivas culturas.
La Turquesa y el Sol, una novela de aventuras para jóvenes contextualizada en el imperio incaico, toma precisamente de los cronistas los elementos fundamentales para su argumento[6]. La narración histórica se basa en los escritos de Sarmiento de Gamboa y Cieza de León, las creencias y costumbres salen de la pluma de Garcilaso de la Vega, y los acontecimientos del lago Titicaca y Copacabana a través de las observaciones de Ramos Gavilán. Lo que ocurre con la tradición oral, es el riesgo que corre el escritor con las variables de un mismo acontecimiento debido a que la transmisión que se da de generación en generación sufre alteraciones con el tiempo que son inevitables. En el caso de los cronistas, como las fuentes son distintas, existen coincidencias en los aspectos históricos generales en las que uno puede basarse tales como el orden de los gobernantes, los nombres de los lugares, las batallas, etc. Sin embargo, hay diferencias en cuanto a los ritos, costumbres, mitos religiosos y sobre todo en los temas cotidianos. Así, la fiesta del Inti Raymi y la competencia del Huaracu, probablemente por su importancia ritual, están presente en muchas crónicas. Sin embargo, el rito de la limpieza de los males de la ciudad está relatada por Garcilaso de la Vega y no por otros cronistas. Ahí, el escritor debe elegir pensando en cuan relevantes y pertinentes son los temas para el joven lector.
La ambivalencia en algunos mitos religiosos es también un tema interesante cuyo origen está precisamente en la variabilidad de fuentes. Es el caso del mito del dios andino Tunupa, contado en El espejo de los sueños[7], en el que una misma deidad encierra dos personas distintas: Tunupa hombre, que se lo relaciona con el dios creador Wiracocha y que recorre toda la zona andina predicando su doctrina, y Tunupa mujer, hija del dios Wiracocha, que recorre el mismo camino enamorando a los volcanes de la cordillera. Esta ambivalencia nos pone ante la posibilidad de un dios asexuado donde ambos personajes hacen el mismo recorrido para terminar convertidos en un sólo volcán en el que Tunupa hombre habita la parte sur y Tunupa mujer la parte norte de la montaña.
Relatos de origen amazónico
No sólo el área andina ofrece los elementos adecuados para hacer literatura a través de la tradición oral sino también la selva amazónica. Los habitantes de estas tierras, en su afán por dar respuesta a sus interrogantes, crearon mitos dando origen a personajes fantásticos con funciones totalmente ilógicas. Plantas, agua y fuego se convierten en seres con alma, partícipes de la vida cotidiana del hombre. Así mismo, la primigenia fauna de la tierra forma parte de una naturaleza capaz de hablar, de opinar y de guardar una íntima relación con los hombres. Es sorprendente, en los mitos de la selva, el rescate de un sentimiento ecológico anterior al que el mundo actual vive. El cuidado de la naturaleza lo confían a un ser espiritual, dueño de cada especie y encargado de protegerla para evitar su extinción. En los relatos de la selva, ante la ausencia de los cronistas, son los mismos antropólogos los que se convierten en recopiladores y escritores gracias a su convivencia por décadas con los pueblos indígenas.
Este mundo natural muestra una idiosincracia más informal y menos rígida que la andina. Los mitos de la selva son el mundo de lo irreal y de lo absurdo, como es el de los dibujos animados, donde lo imposible es el marco de lo real, es el que atrae a los niños y el que es capaz de robarles la risa. Un hermoso mito chimane nos cuenta que dos hermanos divinos, Duik y Mitsha, habían creado la tierra con una serie de errores que luego ellos mismos deciden perfeccionar. “Como no era posible que el cielo se cayera sobre la tierra ocasionando grandes catástrofes y aplastando a la gente, Duik y Mitsha decidieron sujetarlo. Para lograrlo, convirtieron a uno de los hombres en un gusano al que llamaron Ñuku y le ordenaron que extendiera su flexible cuerpo de un extremo al otro del firmamento. Desde entonces Ñuku carga el cielo sobre sus espaldas y aún se lo ve en las noches formando la vía lactea”[8].
Otro fenómeno interesante en los relatos orales es la mezcla de lo europeo con lo indígena. Un buen ejemplo es el mito de la sirena del Parapetí en el que el personaje principal es un ogro que vive en una montaña cercana a la selva y que toma prisionero a un indígena guaraní al que la hija del ogro ayuda a escapar. Si bien, el protagonista y la estructura del cuento es totalmente europea[9], el relato tiene que ver con el fenómeno de la creación ya que los jóvenes van convirtiéndose en distintos animales dando lugar a la aparición de distintas especies sobre la tierra. “Arapoti se dio cuenta de que su padre los seguía. Le ordenó a Eireka bajar del caballo y al pisar la yerba ambos se convirtieron en vaca y toro, dando origen a estos animales sobre la tierra. Cuando el Jerere pasó en su caballo tan sólo vio al ganado pastando y volvió a su casa. Así que el monstruoso ser se perdió de vista en el camino, Arapoti y Eireka recobraron su forma humana y continuaron cabalgando”[10].
Algunos personajes de la tradición oral
Así como los autores europeos lograron afirmar una cultura en sus niños a través de hadas, gigantes y dragones, los escritores latinoamericanos quedamos atónitos de los protagonistas tan singulares que forman parte de lo que es nuestro, protagonistas que pueden adecuarse a una literatura para jóvenes y niños.
El Tanga-tanga, por ejemplo, es un dios que en cierto modo se identifica con el dios del trueno de los incas. Según el cronista de principios del siglo XVII José Acosta, era el dios de las tempestades al que adoraban los Charcas (zona central de Bolivia). En este texto, extraído de El espejo de los sueños, se hace una descripción de ese ser monstruoso y siniestro: “Se trataba de un ser en tres y tres seres en uno. Tenía un solo cuerpo y tres cabezas, todas cubiertas por rayos. La cabeza central, que era la mayor y más monstruosa de todas, se llamaba Chuquilla, que quiere decir ‘resplandor de oro’, y por lo tanto representaba al relámpago. Sobresalía de las otras dos mostrando sus grandes ojos y una boca enorme provista de afilados dientes. Las cabezas menores caían a ambos lados del cuerpo. Una de ellas tenía el nombre de Catuilla y simbolizaba al trueno, mientras que la otra se llamaba Inti-illapa y encarnaba al rayo. La vestimenta del dios era en verdad imponente, estaba toda decorada con estrellas, y en la mano izquierda siempre sostenía un rayo en forma de serpiente. Cuando el Tanga-tanga se enfurecía subía al cielo con una honda y varios rayos en las manos. Enviaba lluvia, granizo, truenos y además, desde lo más alto del firmamento, lanzaba sus poderosos rayos…provocaba tales tempestades que los cielos parecían temblar”[11]
Es interesante ver la cantidad de mitos legendarios que surgen a partir de ciertos fenómenos naturales como los terremotos, por ejemplo. El historiador Wachtel encuentra un mito extraordinario que refleja la lucha de dos gigantescos volcanes de la cordillera andina[12]. “El coloso solitario, (refiriéndose al volcán Sajama) invadido por un intenso dolor, logró alcanzar su honda. Con la poca fuerza que aún le quedaba, hizo girar la khorahua (honda) lanzando un poderoso proyectil que dio precisamente en la boca del traidor. La piedra le rompió a Sabaya todos sus dientes, que cayeron al suelo desparramados alrededor del gran titán”[13] Esta lucha entre los dos colosos es la respuesta que los indígenas buscaron al perfil quebrado del volcán Sabaya y a todas las pequeñas montañas que hay esparcidas a su alrededor. Este soplo de vida en los elementos de la naturaleza crea personajes de tamaño descomunal que son los sustitutos de los gigantes y ogros de los cuentos europeos.
Otro personaje que parece extraído de un relato de ciencia ficción lo encontramos en un texto del cronista potosino del siglo XVIII Arzanz Orsúa y Vela. Este describe a un ser deforme encontrado dentro de una de las vetas del Cerro Rico de la ciudad de Potosí durante su explotación en el siglo XVI. Es muy probable que corresponda a la imagen de uno de los espíritus de la montaña encargados de cuidar el tesoro de la Pachamama o diosa de la Tierra. “Tenía la cabeza de un sapo y no enseñaba los pies. El cuerpo malformado mostraba el caparazón de una tortuga y de ambos costados salían dos brazos: uno de vaca y otro de humano...los indios miraban la imagen aterrorizados”[14]
¿Y por qué no citar a las misteriosas sirenas que con charango en mano se encuentran decorando las portadas barrocas del área andina? La novela infantil La portada mágica, un relato con el objetivo de comprender el mestizaje y la identidad andina, toma de los relatos orales chipayas encontrados por Nathan Wachtel la existencia de un mundo siniestro en el fondo del lago Poopó[15] donde seres acuáticos como sirenas y duendes tocan instrumentos musicales[16]. Es allí, donde el agua produce un sonido especial, cuando se afinan los instrumentos durante la noche. “De pronto se escuchó algo así como un bramido lejano, como si un torrente de agua se estuviera acercando y llenando cada una de las cavernas del laberinto. Sin tiempo a detectar lo que era, el parque de las sirenas se vio invadido por cuatro seres indescriptibles, tan monstruosos como bellos. El rostro y el torso de cada una de ellas era hermoso y muy atractivo; sin embargo, el cuerpo se iba llenando poco a poco de escamas verdes, cada vez en mayor cantidad, cada una como una púa aserrada y cortante. Remataba una enorme cola de pez que con cada movimiento destrozaba cuanto se le ponía delante. Eran las cuatro sirenas de la puerta de occidente del abismo lacustre del lago Poopó”[17].
Relatos orales en la época de la colonia
Otra forma de tradición oral que surge en la época colonial son las imágenes. La conquista de la cultura española sobre la cultura americana tiene como uno de sus objetivos la evangelización de los indígenas. El inconveniente de las lenguas originarias da lugar a una enseñanza de tipo religioso a través de imágenes lo que nos explica, por ejemplo, la profusión de las series de ángeles en la zona andina. Estos seres alados de la pintura colonial personifican los fenómenos celestes como la luna, el sol, las estrellas y los planetas, para sustituir de una manera cristiana la idolatría de los astros[18]. También las imágenes del infierno de los cuadros coloniales hablan por sí mismas de los tormentos que le esperan al ser humano si su comportamiento durante su paso por la vida es deplorable.
La creatividad que los artistas indígenas imprimieron en los lienzos del período colonial fue extraordinaria y bien podríamos echar mano de ella para dar origen a los personajes de una película de ciencia ficción. Los ángeles andinos, por ejemplo, tienen la originalidad de una vestimenta militar de los tercios españoles y una vestimenta femenina de las damas en combinación con elementos de las legiones romanas. La pluma de Miguel : una aventura en los Andes, describe al Arcángel San Miguel, a quien muy comunmente encontramos en los lienzos de la época colonial que fueron difundidos por toda América durante los siglos XVI, XVII y XVIII: “...Tú, único Arcángel de alas color esmeralda y cabello color del azafrán, dotado de un millón de caras distintas y de tantas lenguas como dialectos hay en el universo, tú que conduces a las almas al Paraíso o al castigo eterno, tú que guiaste a los ángeles de luz en batalla contra los ángeles de la oscuridad, tú serás el jefe de esta misión y el único responsable de su éxito o de su fracaso”[19] .
Los protagonistas de un enorme cuadro que muestra escenas del infierno y que se encuentra en la iglesia de Caquiaviri en Bolivia (pintado en 1739) están como personajes diabólicos del mismo libro La pluma de Miguel: “Al centro de este patio estaba Duma, el demonio del silencio y de la muerte. Se notaba que ya era un ser con millones de años encima. Su pelo era blanco y de la quijada le colgaba una larga barba que llegaba casi a enredarse con sus deformes patas de cabra. Tenía dos caras, una encima de la otra. La de más arriba era la de un león y la de abajo la de un viejo con nariz encorvada y dientes muy filos. Sus alas se asemejaban a las de un muciélago y caían pesadas sobre su enorme torso”[20].
La magia de la oralidad latinoamericana
Un elemento indispensable de la literatura infantil europea ha sido, sin duda alguna, la magia: hadas, brujas, varitas, cofres que se llenan al instante y objetos animados. La tradición oral americana también está llena de magia y misterio. En la Turquesa y el Sol, por ejemplo, se hace referencia a un espejo mágico del que hablan los cronistas en la historia incaica[21]: “-Desde ahora tú serás el nuevo Inca, Pachacutec –exclamó el Sol con voz grave y solemne-. No te aflijas por lo que le viene a tu pueblo porque los dioses estamos contigo. Toma el espejo por el que siempre debes mirar –continuaba el Sol mientras ponía en las manos de Pachacutec una lámina plateada y brillante-. El será tu oráculo y mientras gobiernes el imperio sólo en él deberás confiar. [22].
Y en la misma tradición oral incaica está el pájaro Indi, un ave parecida a un halcón y venerado como algo sagrado porque hacia augurios en los que el Inca confiaba ciegamente. Manco Inca lo llevaba siempre con él y lo tenía dentro de una petaca hecha de paja. La portada mágica también cuenta la vida de las profundidades del lago Poopó, donde los samiri, pequeños duendes dedicados a la música, esperan pacientes que caiga al agua algún incauto para devorarlo al estilo de los enanos malvados de los cuentos occidentales: “Varios hombrecitos, de estatura muy pequeña y una larga cabellera azul, salían de unos agujeros de la pared y se iban metiendo dentro de la laguna cada uno con un instrumento en la mano. Algunos tocaban flautas, otros tambores y otros violines, todos los instrumentos eran de oro y plata. Las notas musicales salían de cada uno de los instrumentos haciéndose visibles para los tres visitantes que miraban absortos lo que pasaba. Las notas blancas seguían el ritmo con el semblante muy serio, las notas negras conversaban entre sí, mientras que las corcheas, todas tomadas de la mano, daban vueltas en círculos alrededor de los intérpretes”[23]
Garcilaso de la Vega también cuenta que en una batalla de los Incas contra los Chancas, las piedras se convirtieron en guerreros por orden del Sol para ayudar al Inca Pachacutec [24]. Y en La sirena del Parapetí, la saliva del héroe y de la heroína es capaz de hablar por sí sola para protegerlos de las malas intenciones del ogro[25].
Algunos especialistas están convencidos de la desaparición de la literatura en este nuevo milenio, mientras que otros afirman que ésta subsistirá y que es probable que lo que sufra un cambio sea el soporte. El internet es una probabilidad que en la actualidad ya es palpable, pues navegando por su mar de información se encuentran cuentos para niños cuya lectura se sigue en la pantalla, donde el niño puede ver que las ilustraciones cobran vida. La literatura infantil y juvenil no debería temer estos cambios, más bien unirse a ellos. El cine y la televisión ayudan a la literatura y viceversa ¿no fue Tolkien conocido y leído por los jóvenes del mundo entero a partir de la trilogía de “El Señor de los Anillos”? ¿y no se vendieron innumerables libros de Harry Potter y se sumaron millones de lectores a los relatos de la escritora Rowling gracias al cine? También la literatura latinoamericana debía llevarse a la pantalla para difundir al mundo una identidad cultural y una tradición oral plasmadas en la literatura.
La historia de la literatura infantil y juvenil en Latinoamérica es nueva. Tenemos escritores con obras de calidad extraordinaria y elementos propios: personajes fantásticos, un sinnúmero de escenarios exóticos y mucha magia. Estos tres elementos, unidos a una narrativa actual, ágil y divertida puede evitar que nos borren la memoria y la cultura.
No es el propósito de este trabajo demostrar que lo expuesto sea la respuesta para una mejor literatura infantil–juvenil, pero es el resultado de una experiencia que en Bolivia ha tenido buena acogida en cuanto a receptividad y disfrute de textos, sobre todo de parte de los niños y adolescentes que ya pertenecen al siglo XXI y que serán los protagonistas del nuevo milenio.
BIBLIOGRAFÍA
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Weinschelbaum, Lila. Por siempre el cuento. Editorial Aique. Buenos Aires, 2001.
[1] Soriano Marc. La literatura para niños y jóvenes. Guía de exploración de sus grandes temas. Ediciones Colihue. Buenos Aires, 1995. Pág. 188.
[2] Bortolussi, M. Análisis Teórico del cuento infantil. Editorial Alhambra, Madrid, 1985. Pág. 17
[3] Weinschelbaum, Lila. Por siempre el cuento. Editorial Aique. Buenos Aires, 2001. Pág. 55.
[4] Montoya, Víctor. Litertarua infantil. Lenguaje y fantasía. Editorial La Hoguera. Santa Cruz, 2003.
[5] García, Aurelio Entrevista a “Arturo Pérez-Reverte. Escritor. Un Dumas de nuestro
tiempo”. En Cosas una Revista Internacional. Año 1-No. 5. Pág. 57.
[6] Mesa, Isabel. La Turquesa y el Sol. Editorial Santillana.
[7] Mesa, Isabel. El espejo de los Sueños. Editorial Santillana. Pags. 35-63.
[8] Mesa, Isabel. El espejo de los Sueños. Editorial Santillana. Pag. 116.
[9] Cooper, J.C. Cuentos de hadas. Alegorías de los Mundos Internos. Editorial Sirio. Buenos Aires, 1998.
[10] Mesa, Isabel. El espejo de los Sueños. Editorial Santillana. Pag. 135.
[11] Mesa, Isabel. El espejo de los Sueños. Editorial Santillana. Pag. 96.
[12] Wachtel, Nathan. Le retour des ancetres. Les Indiens Urus de Bolivie. Xxe-XVIe siécle. Essai d’histoire
régressive. Editions Gallimard. París 1990. Pags. 546-547.
[13] Mesa, Isabel. El espejo de los Sueños. Editorial Santillana. Pag. 59.
[14] Mesa, Isabel. El espejo de los Sueños. Editorial Santillana. Pag. 73.
[15] Wachtel, Nathan. Le retour des ancetres. Les Indiens Urus de Bolivie. Xxe-XVIe siécle. Essai d’histoire
régressive. Editions Gallimard. París 1990. Pág. 575.
[16] Wachtel, Nathan. Le retour des ancetres. Les Indiens Urus de Bolivie. Xxe-XVIe siécle. Essai d’histoire
régressive. Editions Gallimard. París 1990. Págs. 202-203.
[17] Mesa, Isabel. La portada mágica. Editorial Santillana, 2001. Pags. 107-108.
[18] Gisbert, Teresa. Iconografía y mitos indígenas en el arte. Editorial Gisbert. La Paz, 2004. Págs. 86-87.
[19] Mesa, Isabel. La pluma de Miguel: una aventura en los andes. Editorial Santillana. La Paz, 1998. Pag.
43.
[20] Mesa, Isabel. La pluma de Miguel: una aventura en los andes. Editorial Santillana. La Paz, 1998. Pag.
77.
[21] Sarmiento de Gamboa, Pedro. Historia de los Incas. Editores Emecé. Buenos Aires, 1943. Pág 86.
[22] Mesa, Isabel. La Turquesa y el Sol. Editorial Santillana. La Paz, 2003. Pág. 223
[23] Mesa, Isabel. La portada mágica. Editorial Santillana, 2001. Pags. 94.
[24] De la Vega, Garcilaso. Obras completas del Inca Garcilaso de la Vega II. Edición y estudio preliminar del
P. Carmelo Saenz de Santa María. S.I. Madrid, 1963. Pág. 173.
[25] Mesa, Isabel. El espejo de los Sueños. Editorial Santillana. Pag. 132.